L. Ishi-Kawa1995

Texto referente à exposição:
Pintura  1971 - 1994 - Fundacion Arte y Tecnologia, Telefoníca, Madrid, 1995
«Así, la historia de la perspectiva puede, con igual derecho, ser concebida como un triunfo del distanciante y objetivante sentido de la realidad, o como el triunfo de la voluntad de poder humana par anular las distancias; o bien como la consolidación y sistematización del mundo externo; o, finalmente, como la expansión de la esfera del yo.»

Erwin Panofsky, La perspectiva como forma simbólica. Barcelona 1978. Pág. 1



Como en una buena fórmula matemática, en la pintura de Manuel Amado encontramos contenidas y asimiladas todas las grandes corrientes «clásicas» de nuestro siglo, en el sentido que el gran Argan da al término «clásico», oponiéndole al de «romântico»; es decir: racional, depurado, escaso de anécdota.

El propio artista se reconoce inspirado por los pintores del Novecento que retomaron la herencia clásica dotándola de un nuevo e inquietante sentido. Los «metafísicos», desencantados de la experiencia futurista, encontraron, unos más distante (el arte-esfinge metahistórico de De Chirico) y otros más apasionadamente (la plástica mas espacial, luego mas temporal de Carrá o Casorati) el camino de vuelta a la tradición mediterránea.

Así podríamos definir la obra de Manuel Amado: metafísica e intemporal, de no quedar subordinadas estas innegables características de su pintura, a los principales artífices de esas sus personalísimas arquitecturas: la luz y la poesía.

El espacio y los escasos objetos, son por la luz, están por la luz, que los recorre de una misteriosa manera, sin dibujarlos, sin recortarlos con la dureza que se espera de las frecuentes geometrías lineales, envolviéndolos en la luminosa saudade con que la luz del Océano - menos antropológico, menos cronológico que el Mare Nostrum - compone sus más esperanzados versos.